Un recorrido por la blogosfera cubana apunta a una impresión generalizada de que la Iglesia Católica en Cuba está traicionando al pueblo cubano. La mayoría de las quejas se refiere a los trajines mediadores del Cardenal Ortega con el gobierno de los Castro para interceder por la liberación de algunos presos y la protección de las Damas de Blanco entre otras gestiones. A los que escriben les parecen gestos apaciguadores y que vindican al castrato. Prácticamente piden que la Iglesia Católica desafíe al dictador y que clame por la insurrección popular.
Estas voces críticas parecen no darse cuenta o no querer darse cuenta de la situación de la Iglesia Católica en Cuba. Muchos contrastan esta pasividad con las luchas anti-gubernamentales en la cual participó la iglesia cubana a principios del gobierno de Castro. Como algunos, pocos ya, recordarán, hubo protestas estudiantiles con intercambio de disparos en la Universidad Santo Tomás de Villanueva. También otros recordarán como hubo hasta al menos un niño muerto durante la procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre el 8 de septiembre de 1961, a la cual el gobierno puso límites específicos y que Monseñor Boza Masvidal trató de cancelar en protesta, pero que sus seguidores se negaron a acatar y miles de personas salieron a la calle. Otros podrán recordar las calcomanías que decían “Este niño será ¿creyente o ateo?”, cuando Castro cortaba la educación católica, a lo que el gobierno ripostó con unas calcomanías que decían “Este niño será ¿patriota o traidor? Asi como muchas otras escaramuzas.
Antes de continuar, quiero aclarar que me crié católico y lo fui hasta finales de los 70, pero hace rato que no soy creyente y que los destinos de la iglesia católica me interesan bien poco, por lo que me sorprende la relevancia que se le ha otorgado, en en los últimos años, a su papel en la realidad cubana.
La Iglesia Católica, en Cuba y en todo el mundo, tiene, principalmente, tres formas de penetrar la sociedad para ganar influencia. Una es la línea evangelizadora, mediante la cual hacen proselitismo, predican el catecismo y preparan a los creyentes para el otro mundo. La segunda es la educativa-cultural, mediante la instalación de escuelas, universidades y centros culturales. La tercera es la función estrictamente social, que incluye el patrocinio de programas de ayuda a las comunidades desposeidas, el fomento de hospitales y clínicas, y los centros en los cuales se provee de alimentación y cobija temporal a los pobres y a los itinerantes.
En 1959 la iglesia en Cuba gozaba de excelente salud. Los mejores colegios privados eran los católicos, con cuatro órdenes principales, los escolapios, los jesuítas, los hermanos maristas y los hermanos La Salle, con sus equivalentes femeninos, como las dominicas francesas y las ursulinas. Existían varios hospitales financiados por la iglesia. Había diversas organizaciones culturales también apoyadas por la iglesia como el Centro Católico de Información Cinematográfica, que publicaba las excelentes guías de cine anuales, a cargo de Walfrido Piñera y Fausto Canel. Tenían el asilo de Santovenia y múltiples proyectos de ayuda a los pobres, que incluían escuelas como Loyola y la Electromecánica de Belén, por citar solamente dos.
Castro, el Represor en Jefe, educado en escuelas católicas, de inmediato persiguió al Cardenal Arteaga, que tuvo que asilarse por un año en la embajada argentina, de donde salió para un hospital y poco más tarde para su bella tumba en Colón. Cerró Villanueva, expulsó a los jesuítas, a los escolapios, a los maristas y a los hermanos La Salle. Clausuró todos los programas de ayuda a los pobres, ya que en Cuba, como todo el mundo (menos la dirigencia) es pobre, pues por paradoja matemática, no hay pobreza. Lo que quedó fue el seminario San Carlos, las iglesias y conventos, y el asilo de Santovenia. Redujeron a la iglesia a su misión evangelizadora, muy difícil de llevar a cabo con un pueblo aterrorizado. Yo asistía a la iglesia en los años setenta y puedo asegurar que rara vez, en las misas dominicales a las que fui, en las iglesias de Jesús de Miramar (5ta Avenida y calle 82) y San Agustín (calle 35 entre 42 y 44), pude contar más de ocho personas. La iglesia perdió toda su influencia social y el pueblo, voluntaria e involuntariamente le dio la espalda.
La iglesia, en todo el mundo, es y será un fácil blanco de la crítica. En el caso de Cuba, aparte de las a veces alabarderas declaraciones de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, ese cura canalla y farandulero que a veces parece querer ignorar las necesidades de sus feligreses, la iglesia no ha tenido mucha resonancia. Algunas voces se han alzado inconvenientes, como los casos del padre José Conrado Rodríguez y del padre Meurice. A pesar de lo repelente que puedan ser las imágenes del ex-presidiario de la UMAP, que lo fue siendo ya sacerdote, Cardenal Jaime Ortega, sentado sonriente, mesa de por medio con Raúl Castro y otros jenízaros despreciables, hay que preguntarse: ¿Qué otra cosa puede hacer la iglesia? Su poder de negociación es casi nulo, así como su poder de convocatoria. Tampoco puede ignorarse que responden a la política global del Vaticano, que es un estado. Al menos realizan una gestión y consiguen la liberación de algunos presos y mantener algunas pequeñas prebendas. De hecho, me parece que han logrado más de lo que objetivamente se puede esperar, ya que dentro de eso han mantenido algunas publicaciones que han dado a la luz trabajos de carácter contestario, dentro de los límites que lógicamente impone el castrismo. Por otra parte, uno no debe olvidarse que la iglesia lucha por mantener un espacio en la sociedad, por muy reducido que sea, ya que ella apuesta por la eternidad, sabedora de que cuando los hermanos Castro, sus descendientes, sus perros de presa y todos sus subordinados no sean más que polvo y ceniza, la iglesia, sea como sea, todavía estará ahi presente.
Roberto Madrigal